Violencia en los medios

tvviolence
«Tv Violence» por Newtonia @ Flickr Imagen tomada de http://mexicanadecomunicacion.com.mx/

Publicado en Folios, Revista del Instituto Electoral de Jalisco. No. 29, junio 2015

Cuando trabajan bajo el amago de la violencia, los medios de comunicación se convierten en focos rojos de la encrespada democracia mexicana. Los delincuentes también tienen agendas y, con frecuencia, acuden a diversas formas de intimidación, incluso las más violentas, para modular o distorsionar las informaciones acerca de sus acciones criminales.

La persecución a periodistas, la ausencia de condiciones para que las redacciones trabajen con libertad plena, la impunidad cuando se cometen crímenes en contra de informadores, forman parte de nuevas asignaturas de la transición política mexicana. Ningún esfuerzo para contribuir a la seguridad de los informadores y los medios de comunicación, será menor. Y de la misma manera que es pertinente proteger el trabajo de los periodistas, también es del mayor interés para la sociedad que se discuta acerca de las decisiones editoriales que se toman en los medios de comunicación cuando se ocupan de hechos violentos. Sigue leyendo

Policías y funcionarios, en las redes del Canal de las Estrellas

Publicado en Zócalo, junio de 2011

No se necesita ser Nostradamus para anticipar que el cuantioso gasto que hizo la Secretaría de Seguridad Pública para financiar la telenovela “El Equipo” no logrará mejorar sustancialmente la imagen pública de esa dependencia. Tampoco se requieren habilidades adivinatorias para considerar que ese fracaso, ni siquiera por haberse difundido en cadena de televisión nacional, no modificará el embeleso por la televisión que tiene la clase política mexicana y especialmente el gobierno federal.

La decisión de la SSP para financiar esa serie de 20 capítulos que comenzaron a transmitirse a principios de mayo manifiesta una amalgama de avidez propagandística, necesidad de legitimación y costoso candor acerca de los efectos de los medios de comunicación. El secretario Genaro García Luna y sus asesores padecen una ignorancia que, dicho sea en descargo suyo, es compartida por amplios segmentos en la política mexicana. Esa impericia radica en suponer que la televisión moldea conductas como si las conciencias de los televidentes fueran de plastilina. Sigue leyendo

Observadores rigurosamente vigilados

Publicado en Eje Central

Promovido con modos autoritarios y suscrito de manera resignada o culposa por muchos de quienes lo avalaron, el “Acuerdo para la cobertura informativa de la violencia” se fractura antes de cumplir dos meses. De la misma manera que diseñaron y promovieron ese documento en sus oficinas corporativas, los directivos de Televisa ahora crearon un “Observatorio de medios” y designaron al consejo que supuestamente habrá de regirlo sin consultar con los medios de comunicación que firmaron tal Acuerdo.

La deliberación no es un asunto que les resulte familiar a los directivos de Televisa. La consulta con otros antes de tomar decisiones que los involucran a todos, mucho menos. Así que cuando se les ocurrió establecer un mecanismo para tratar de conferirle alguna credibilidad al alicaído Acuerdo que varias televisoras han sido las primeras en transgredir, lo mejor que pudieron hacer fue acudir a varios de los comentaristas cercanos a la propia Televisa, o a Televisión Azteca, para que respalden el nuevo Observatorio. Sigue leyendo

Manufacturas mediáticas

La historia de Wallace Souza ha dado la vuelta al mundo. En todos los idiomas y latitudes se han esparcido asombros y, luego, se han construido puntuales moralejas sobre los riesgos de la avidez mediática, los frágiles linderos entre la realdad y sus reconstrucciones y las distorsiones a las que llevan al periodismo el afán por ganar notoriedad.

Wallace Souza es uno de los conductores de televisión más populares en la región amazónica de Brasil. Durante dos décadas, dirigió y presentó el programa “Canal Livre TV”, de marcado sensacionalismo y especializado en nota roja. Además de las descripciones escandalosas y las escenas sangrientas que solía presentar, el programa obtuvo notoriedad porque sus reporteros llegaban antes que nadie a las escenas de los crímenes que difundirían con tanta profusión.

El periodismo que realizaba, puede ejemplificarse en esta narración de uno de los reporteros de “Canal Livre TV” cuando va caminando a través de la selva para llegar hasta un cadáver carbonizado: “Huele como a barbacoa. Es un hombre. Tiene el olor de la carne quemada. La impresión es que fue en las primeras horas… fue una ejecución”.

La fama que alcanzó, llevó a Souza a incursionar en política. En 1998 fue electo diputado local y ha sido reelecto en varias ocasiones. Actualmente es miembro del Partido Progresista y en las elecciones más recientes fue el diputado que recibió más votos en el estado de Amazonas.

Ahora, sin embargo, Souza está en problemas porque ha sido acusado de ordenar varios asesinatos para luego tener la exclusiva periodística acerca de ellos.

De ser ciertas esas imputaciones, Souza habría encarnado los más drásticos estereotipos que acusan a la televisión de inventar la realidad. El rating de “Canal Livre TV” habría sido obtenido a fuerza de suscitar y no solamente registrar los acontecimientos. Los homicidios que sus reporteros acudían a cubrir con tanta presteza, habrían sido perpetrados por sicarios a sueldo de Souza. El mérito periodístico habría sido desplazado, entonces, por una diabólica mentalidad criminal ávida de éxito mediático.

Antes de sobresalir en televisión, Wallace Souza fue policía. Ahora él y varios de sus colaboradores están acusados de fabricar crímenes para luego difundirlos. Además se le ha vinculado con actividades de narcotráfico. Su hijo de 26 años está preso, acusado de homicidio y tráfico de drogas.

En todo el mundo han proliferado comentarios, ora sorprendidos, a veces moralistas, las más de las ocasiones a medio camino entre la prédica y el estupor, a propósito de los crímenes de los que se acusa a Wallace Souza. Uno de los más inteligentes ha sido el artículo de Mario Vargas Llosa, ayer domingo en el diario madrileño El País. Después de jugar con la posibilidad de que los crímenes que habría cometido no fueran únicamente culpa de Wallace Souza sino del sistema mediático del que ha sido estrella, beneficiario y ahora víctima, el novelista peruano comenta:

“Si Wallace Souza cometió esos crímenes sólo para convertirlos en imágenes, es evidente que, para él y para sus espectadores –aunque éstos fueran menos conscientes de ello que él– la realidad real era menos importante, meramente subsidiaria o pretexto, de la realidad reflejada por las cámaras, las que, con su perfecta adecuación a los gustos del público, la recomponía, purgaba y recreaba de tal modo que fuera algo que la realidad real lo es sólo muy de cuando en cuando: excitante, terrible, divertida”.

Pero no solamente los presuntos crímenes ordenados por Wallace Souza y su posterior presentación televisiva han sido engranajes de ese juego permanente entre la “realidad real” y que resulta de las fabricaciones mediáticas. También las acusaciones contra ese conductor televisivo y legislador brasileño han desatado un intenso cuan lucrativo circo mediático.

Para indagar las imputaciones criminales contra Souza, la Asamblea Legislativa del Amazonas encargó una indagación a varios de sus integrantes. Los resultados de esa pesquisa se conocerán en los próximos días. Por lo pronto la semana pasada, entrevistado en Manaos, Souza negó esas acusaciones. No es sorprendente que lo hiciera. Pero al parecer no es el único en defender su inocencia. El diputado estatal Libertan Moreno, relator del proceso que se sigue contra Souza por atentar contra el decoro parlamentario, declaró el viernes pasado que los elementos presentados por la defensa contradicen las acusaciones iniciales a tal grado que, a varias de ellas, las “derrumban completamente”.

La inocencia del diputado y periodista Souza no ha sido demostrada. Pero su culpabilidad tampoco. Sin embargo el tribunal mediático, que en este caso ha sido global y sumario, no solamente ya lo condenó sino que extrajo ingeniosas moralejas a partir de los crímenes –siempre en busca del idolatrado rating– que posiblemente Wallace Souza cometió, pero posiblemente no.

Publicado en eje central

Narcomensajes

Publicado en Nexos,  julio de 2009

También el Caramuela llevaba tapabocas. Capturado a fines de abril Gregorio Sauceda Gamboa, jefe en Matamoros del Cártel del Golfo, fue traído a la ciudad de México para cumplir con el ritual mediático que se despliega cada vez que se anuncia un golpe policiaco. Flanqueado por varios soldados, el Caramuela enfilaba su mirada dura hacia los fotógrafos que capturaban la escena. Aunque él lo tenía enrollado en el cuello, tanto sus guardianes como el narcotraficante portaban cubrebocas, igual que millones de mexicanos en esos días.

La epidemia que agobió al país no impidió la exhibición de ese nuevo logro en el combate al narcotráfico. Sin duda era una aprehensión relevante. Pero además las autoridades querían ufanarse de ese encarcelamiento porque la legitimación televisiva se ha convertido en una de sus prioridades.

La costumbre de exhibir como piezas de caza a los delincuentes capturados se ha convertido en parte de la cultura social y mediática sin que nadie le encuentre reparos. Desde que, en los años 60, el mítico y pedestre semanario Alarma introducía a sus fotógrafos a los separos judiciales para registrar la catadura de los criminales más atroces, se generalizó la costumbre de acompañar los éxitos policiacos con una dramatizada dosis de registros mediáticos.

El afán para cortejar a los medios con revelaciones y filtraciones, siempre en busca de espacios destacados, ha llevado a las autoridades policiacas a deformar sus propias acciones como en diciembre de 2005, cuando armaron un montaje para que las televisoras transmitieran en directo la pretendida aprehensión de una pandilla de secuestradores… que habían sido detenidos varias horas antes (en esa ocasión fue capturada la francesa Florence Cassez, cómplice de aquella banda).

A los jefes del narcotráfico también les ha seducido la exposición en los medios. A veces para amagar a las pandillas rivales y también para inyectar más temor en una sociedad abrumada de hechos delincuenciales, algunos capos buscan resonancia mediática para sus crímenes.

Los recados que dejan junto a sus víctimas tienen como destinatarios a otros delincuentes, o a las autoridades, pero también a televidentes y lectores de diarios. La policía les da publicidad cuando preserva los escenarios criminales y propicia que fotógrafos y camarógrafos retraten cabezas cercenadas y otras expresiones de la brutal acción de esas pandillas.

La política de comunicación de los narcos los ha llevado a colocar mantas en vías públicas para amenazar a Ejército y mandos policiacos. En todo el país, medios electrónicos e impresos reproducen con docilidad esos mensajes. Editores y jefes de redacción suelen argumentar que, aunque despreciables y desagradables, las mantas de los narcotraficantes y las fotografías de sus crímenes son noticia. Sin duda allí hay noticia, pero los medios de comunicación nunca son intermediarios asépticos y acríticos de los contenidos que reproducen.

Al colocarlas en primeras planas o al destacarlas en los noticieros, los medios que actúan de esa manera se convierten en voceros de los delincuentes. A veces lo hacen por miedo. En Tamaulipas y Sinaloa, varias redacciones han sido atacadas como represalia por la publicación o la omisión de noticias alusivas a los narcos. El asesinato y la desaparición de varios periodistas han tenido la misma causa.

El temor de los editores y reporteros que no quieren ser instrumento pero tampoco víctimas de los delincuentes, en algunos casos los ha llevado a abstenerse de publicar cualquier información relacionada con el narcotráfico. No siempre pueden cumplir ese propósito. En otras ocasiones, sobre todo en diarios y televisoras de la ciudad de México el afán de espectacularidad, cobijado en la coartada de que se trata de hechos que son noticia, conduce a la difusión de imágenes de extrema violencia.

Tales escenas se han vuelto tan frecuentes que no pocos lectores y televidentes han perdido capacidad de asombro e indignación ante ellas.  Por otra parte en ocasiones los reporteros, al mimetizarse con la picaresca del submundo del narcotráfico o al contribuir ellos mismos a vulgarizarla, trivializan los hechos criminales. Cuando la prensa propagó complacientemente el seudónimo de “El pozolero” –el individuo que según se dijo se dedicaba a desintegrar con sosa cáustica los cadáveres de víctimas del cártel de Tijuana– creó una nueva leyenda delincuencial en lugar de contribuir a la condena social de esos crímenes.

Para informar sin ser rehenes del morbo ni de los cárteles, los medios podrían establecer algunas normas de conducta editorial: negarse a publicar imágenes escabrosas y a reproducir textualmente mensajes de los delincuentes, destinar a páginas interiores o a segmentos no relevantes las noticias de esa índole, rechazar los rumores, evitar hacer panegírico de los delincuentes. Esas medidas tendrían eficacia solamente si todos los medios se adhirieran a ellas y las cumplieran. Lamentablemente los periódicos y las televisoras, tan quisquillosos como son cuando se les proponen parámetros éticos, siguen rehusándose a un compromiso así.